Por Pbro. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Una voz unánime se ha escuchado en Roma durante la última semana: el
Santo Padre es, verdaderamente, un hombre de Dios. En los días previos al VII
encuentro mundial de las familias que se llevó a cabo en Milán, probablemente
la ciudad más rica de Italia y, sin duda, una de las diócesis más importantes
de la Iglesia universal, había una especie de morbo enfermizo por ver las
reacciones del Papa. Los medios de comunicación estaban necesitados de seguir usufructuando
el escándalo de la filtración de algunos documentos privados del Pontífice. La
respuesta de Benedicto XVI ha sido no solo la de un hombre de Estado de primer
nivel sino que nos sigue dando ejemplo de lo que debe ser cualquier cristiano
sometido a la prueba, a la calumnia y la persecución. Lo he dicho en varias
ocasiones y constato que si algo ha caracterizado a este Papa, cuando lo
quieren aparecer débil en relación con su sucesor inmediato, es el modo como demuestra
una tranquilidad, una paz y una serenidad apabullantes que hace que su figura
se afiance y crezca más cada día.
Ha sido criticado por posiciones ideológicas antagónicas;
aparentemente, ha sido traicionado por uno de sus colaboradores más cercanos;
se han hecho públicos algunos acontecimientos de sacerdotes que han escandalizado
al mundo con sus acciones, incluso hay quien ha asegurado que está por
presentar su renuncia. Sin embargo, el Santo Padre se mantiene firme y, justo
cuando parece que algo más está por estallar, ha mostrado a los pueblos del
mundo la razón, la belleza y el poder regenerador del cristianismo. Algunos han
dicho que es muy anciano para conducir y renovar la Iglesia y él ha emprendido
una labor de purificación desde las entrañas mismas de la Santa Sede. Lo han
acusado de que es muy académico para ser entendido por la gente simple y, no
obstante, desde que inició su pontificado, el número de los participantes a sus
audiencias se ha triplicado. Para quienes han afirmado que es demasiado
dogmático para dialogar con la modernidad, su respuesta ha sido la valentía con
la que ha dialogado con científicos, ateos, agnósticos universitarios,
disidentes y cismáticos, judíos, musulmanes y a todos ha dejado maravillados
con su sabiduría.
Para quienes han dicho que es demasiado débil para hacer frente a la
traición, a la corrupción, a la pérdida de fe, Benedicto XVI ha salido airoso
con la fuerza de su palabra evangelizadora y la contundencia de su testimonio
profético. En el VII Encuentro Mundial de las Familias ha demostrado la
renovada capacidad del cristianismo para convertir los corazones y dar
esperanza a los pueblos del mundo. Cuando somos testigos del modo como todo
parece derrumbarse: las finanzas, las ideologías, los ídolos, los partidos
políticos, los edificios públicos, las vocaciones, e incluso la fe, el Papa reunió
a ochenta mil jóvenes confirmandos y sus catequistas en el estadio “Giuseppe
Meazza”. Con valentía, los animó a vivir la santidad como "el camino
normal del cristiano", y los invitó a ser "disponibles y generosos
hacia los demás, porque el egoísmo es el enemigo de la verdadera alegría".
"Sean abiertos a lo que sugiere el Señor –les dijo-, y si los llama a
seguirlo ¡no le digan que no!", porque "Jesús llenará su corazón para
toda la vida".
A las familias de todas partes del mundo les dijo que el futuro
pertenece a aquellos que tienen fe en Jesucristo. A los funcionarios de la
administración pública les explicó que para superar la crisis: "no sólo se
necesitan decisiones técnico-políticas valientes, sino de aquella ‘gratuidad’
que deben motivar las decisiones de los cristianos. Contra la crisis, la
justicia no es suficiente a menos que sea acompañada del amor por la
libertad", y es en este contexto que la política debe convertirse en
"una forma superior del amor" para las personas y para el bien
común”. Es un hecho innegable que
Benedicto XVI ha mostrado su determinación firme y serena para dirigir la “barca
de Pedro”, iluminando e inflamando los corazones y las mentes del mundo entero.
Es un gusto constatar cómo el “humilde trabajador en la viña" como se
definió al inicio de su pontificado, ha cumplido su promesa: está podando la
viña, haciéndola más libre y fuerte ante los intentos de manipulación y
contaminación. Es un anciano, es verdad, parece frágil de cuerpo, también es
cierto, pero la manera en que está limpiando la Iglesia, con su deseo firme de
volverla transparente y abierta, es algo extraordinariamente heroico.
Los cristianos debemos estar orgullosos de comprobar que –como ningún otro Papa-, ha
logrado en tan poco tiempo arrancar de raíz la corrupción de algunas
instituciones, cortar las ramas secas y
hacer crecer la viña del Señor en medio de tantas dificultades. Probablemente
Benedicto XVI no sea del todo carismático pero es, sin lugar a dudas, una
bendición de Dios, un hombre santo que no ha tenido miedo a los poderes de este
mundo. Con su ejemplo nos está indicando lo que todos tenemos que hacer como
Iglesia de Dios: purificar y extirpar lo que no funciona en nuestra vida porque
la corrupción, los escándalos y la falta de testimonio no solamente están en la
Curia Romana.
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