COMPARTIENDO MI EXPERIENCIA VOCACIONAL
La vocación es don y misterio. En esta gratuidad de Dios a participar de la vida natural y de la vida de gracia; adquirida esta última, en el sacramento del Bautismo y en cada una de los sacramentos, auxiliada también por los sacramentales. Auxilios que ayudan para discernir y descubrir el llamado específico en la participación del plan de salvación. En este sentido, he ido descubriendo y discerniendo al Autor de toda vocación. Es por ello que ahora comparto lo que considero mi historia vocacional.
Mi nombre es Ramón Ricardo Sánchez Cárdenas. Pertenezco al clero diocesano de esta Arquidiócesis de Tijuana. Soy el decimotercero de quince hermanos. Todos del mismo papá y la misma mamá. Mis padres son: Wenceslao Sánchez Enríquez (+) y Alicia Cárdenas González. Soy originario del Estado de México.
En el seno familiar se ha vivido la fe católica. En este sentido, fueron mis padres y luego mis hermanos, quienes me enseñaron y ayudaron a descubrir la fe. Posteriormente ayudaron en el proceso de fe y maduración de ella, algunas personas de buena voluntad y el sacerdote de la localidad. De hecho fue él quien, con su testimonio de vida me motivo a conocer y enamorarme de esta vocación, además del testimonio mis hermanos, hermanas y mis padres.
Esta inquietud vocacional surgió a muy temprana edad y una vez terminados los estudios de preparatoria decidí ingresar al Seminario – he de confesar que lo quise hacer al terminar la primaria –. Dios me concedió la dicha de poder ingresar a este Seminario Diocesano, a nuestra Alma Mater, con quien estoy muy agradecido. Este agradecimiento es para los diferentes equipos de formadores que Dios concedió participaran de mi proceso de formación, a mis compañeros de generación y de clase, a las personas que laboran y colaboran con esta Casa de Formación. También estoy agradecido con las muchas personas que siempre me ayudaron y animaron en este proceso de discernimiento vocacional, de manera particular, aquellas que oraron por mí y que pudieron ayudarme no solo económicamente, sino, sobre todo con su testimonio de vida y de fe. Hago mención de las religiosas, grupos de apoyo y personal que trabajaba en tiempos de mi formación seminarística y que hoy día muchos de ellos siguen siendo un aliciente y un testimonio de fe para mí.
Como he dicho, desde mis tiernos años de infancia quise conocer el Seminario y el día que lo conocí por primera vez, me cautivo. Nunca he olvidado ese “primer amor”, es más el día en que pude estar en él para participar del Pre - Seminario (verano de 1996), fue y ha sido uno de los mejores días de mi vida.
Ese mismo año pude ingresar al SDT (Seminario Diocesano de Tijuana). Recuerdo, al inicio fue un poco difícil, pero, con la ayuda de Dios y de mucha gente de buena voluntad, pude perseverar. También comparto que no me arrepiento y nunca lo he hecho de haber participado de esta grata experiencia de discernimiento vocacional hacia la vida sacerdotal. A la fecha le sigo pidiendo a Dios me conceda siempre saber discernir su Voluntad y poder cumplirla.
Una vez terminada la formación en el Seminario, fui enviado al Rosario B. C. y después a San Quintín. Lugares que recuerdo con aprecio y de los cuales aprendí mucho, aprendí a amar la vocación sacerdotal – diaconal - y el servicio a los demás. Son muchos los testimonios que guardo en mi mente y corazón, sobretodo de muchos servidores – catequistas, jóvenes, gente de buena voluntad que apoya y quiere mucho a la Iglesia - y también de la gente sencilla que me enseñó a amar aún más la fe de la Iglesia.
Después, recién sido consagrado sacerdote fui invitado a participar en el Equipo de Formación del Seminario Menor. Debo decir que fueron muy pacientes conmigo alumnos y formadores; de quienes también aprendí mucho y a la fecha me siguen ayudando en la formación permanente. De los logros – si se puede decir así-, o mejor dicho, de las motivaciones que hoy día me alientan es reencontrarme con jóvenes que luchan por no perder la semilla que recibieron en esta etapa de su formación, no solo académica, sino, humana, espiritual y vocacional. Varios de ellos continúan en el Seminario Mayor, y sí, hoy día me siguen corrigiendo, animando, me siguen formando. También quiero hacer una mención especial a las comunidades de la entonces parroquia Santa Cruz perteneciente al Seminario Menor, ahora parroquia de Cristo Rey.
Después, nuestro Arzobispo, Don Rafael Romo M., me pidió participar en la formación permanente, participando de los estudios en Teología Pastoral en la UPM, ubicada en la cuidad de México. Fue una experiencia de retos, pero, sobre todo de satisfacciones. Un agradecimiento a mis profesores y compañeros de la Universidad.
Al regreso de los estudios universitarios, se me invitó a participar como vicario en la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores. Experiencia que me ha dejado un grato sabor de boca, pues, he aprendido – sólo un poco – lo que significa ser pastor. También he constatado una vez más que Dios no se equivoca. Que siempre está presente en mi vida y formación, así como las personas sencillas y de buena voluntad.
Hoy día, Dios, nuestro Arzobispo y el Equipo Formador, me han dado la oportunidad de servir nuevamente a esta Casa de Formación, a nuestra Alma Mater, participando de la pastoral de las pastorales. A lo que, sólo me resta decir, “Praesto Sum” y gracias por esta oportunidad de servir nuevamente en la formación de los futuros sacerdotes. Encomiendo mi persona, ministerio y trabajo a Nuestra Santísima Madre, la Inmaculada Concepción, patrona de Nuestro Seminario.
El padre Ramón Sánchez
actualmente colabora en el Seminario Diocesano de Tijuana
como prefecto del área humana.
Por Pbro. Ramón Sanchez
La vocación es don y misterio. En esta gratuidad de Dios a participar de la vida natural y de la vida de gracia; adquirida esta última, en el sacramento del Bautismo y en cada una de los sacramentos, auxiliada también por los sacramentales. Auxilios que ayudan para discernir y descubrir el llamado específico en la participación del plan de salvación. En este sentido, he ido descubriendo y discerniendo al Autor de toda vocación. Es por ello que ahora comparto lo que considero mi historia vocacional.
Mi nombre es Ramón Ricardo Sánchez Cárdenas. Pertenezco al clero diocesano de esta Arquidiócesis de Tijuana. Soy el decimotercero de quince hermanos. Todos del mismo papá y la misma mamá. Mis padres son: Wenceslao Sánchez Enríquez (+) y Alicia Cárdenas González. Soy originario del Estado de México.
En el seno familiar se ha vivido la fe católica. En este sentido, fueron mis padres y luego mis hermanos, quienes me enseñaron y ayudaron a descubrir la fe. Posteriormente ayudaron en el proceso de fe y maduración de ella, algunas personas de buena voluntad y el sacerdote de la localidad. De hecho fue él quien, con su testimonio de vida me motivo a conocer y enamorarme de esta vocación, además del testimonio mis hermanos, hermanas y mis padres.
Esta inquietud vocacional surgió a muy temprana edad y una vez terminados los estudios de preparatoria decidí ingresar al Seminario – he de confesar que lo quise hacer al terminar la primaria –. Dios me concedió la dicha de poder ingresar a este Seminario Diocesano, a nuestra Alma Mater, con quien estoy muy agradecido. Este agradecimiento es para los diferentes equipos de formadores que Dios concedió participaran de mi proceso de formación, a mis compañeros de generación y de clase, a las personas que laboran y colaboran con esta Casa de Formación. También estoy agradecido con las muchas personas que siempre me ayudaron y animaron en este proceso de discernimiento vocacional, de manera particular, aquellas que oraron por mí y que pudieron ayudarme no solo económicamente, sino, sobre todo con su testimonio de vida y de fe. Hago mención de las religiosas, grupos de apoyo y personal que trabajaba en tiempos de mi formación seminarística y que hoy día muchos de ellos siguen siendo un aliciente y un testimonio de fe para mí.
Como he dicho, desde mis tiernos años de infancia quise conocer el Seminario y el día que lo conocí por primera vez, me cautivo. Nunca he olvidado ese “primer amor”, es más el día en que pude estar en él para participar del Pre - Seminario (verano de 1996), fue y ha sido uno de los mejores días de mi vida.
Ese mismo año pude ingresar al SDT (Seminario Diocesano de Tijuana). Recuerdo, al inicio fue un poco difícil, pero, con la ayuda de Dios y de mucha gente de buena voluntad, pude perseverar. También comparto que no me arrepiento y nunca lo he hecho de haber participado de esta grata experiencia de discernimiento vocacional hacia la vida sacerdotal. A la fecha le sigo pidiendo a Dios me conceda siempre saber discernir su Voluntad y poder cumplirla.
Una vez terminada la formación en el Seminario, fui enviado al Rosario B. C. y después a San Quintín. Lugares que recuerdo con aprecio y de los cuales aprendí mucho, aprendí a amar la vocación sacerdotal – diaconal - y el servicio a los demás. Son muchos los testimonios que guardo en mi mente y corazón, sobretodo de muchos servidores – catequistas, jóvenes, gente de buena voluntad que apoya y quiere mucho a la Iglesia - y también de la gente sencilla que me enseñó a amar aún más la fe de la Iglesia.
Después, recién sido consagrado sacerdote fui invitado a participar en el Equipo de Formación del Seminario Menor. Debo decir que fueron muy pacientes conmigo alumnos y formadores; de quienes también aprendí mucho y a la fecha me siguen ayudando en la formación permanente. De los logros – si se puede decir así-, o mejor dicho, de las motivaciones que hoy día me alientan es reencontrarme con jóvenes que luchan por no perder la semilla que recibieron en esta etapa de su formación, no solo académica, sino, humana, espiritual y vocacional. Varios de ellos continúan en el Seminario Mayor, y sí, hoy día me siguen corrigiendo, animando, me siguen formando. También quiero hacer una mención especial a las comunidades de la entonces parroquia Santa Cruz perteneciente al Seminario Menor, ahora parroquia de Cristo Rey.
Después, nuestro Arzobispo, Don Rafael Romo M., me pidió participar en la formación permanente, participando de los estudios en Teología Pastoral en la UPM, ubicada en la cuidad de México. Fue una experiencia de retos, pero, sobre todo de satisfacciones. Un agradecimiento a mis profesores y compañeros de la Universidad.
Al regreso de los estudios universitarios, se me invitó a participar como vicario en la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores. Experiencia que me ha dejado un grato sabor de boca, pues, he aprendido – sólo un poco – lo que significa ser pastor. También he constatado una vez más que Dios no se equivoca. Que siempre está presente en mi vida y formación, así como las personas sencillas y de buena voluntad.
Hoy día, Dios, nuestro Arzobispo y el Equipo Formador, me han dado la oportunidad de servir nuevamente a esta Casa de Formación, a nuestra Alma Mater, participando de la pastoral de las pastorales. A lo que, sólo me resta decir, “Praesto Sum” y gracias por esta oportunidad de servir nuevamente en la formación de los futuros sacerdotes. Encomiendo mi persona, ministerio y trabajo a Nuestra Santísima Madre, la Inmaculada Concepción, patrona de Nuestro Seminario.
El padre Ramón Sánchez
actualmente colabora en el Seminario Diocesano de Tijuana
como prefecto del área humana.
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