Pero
¿Qué hace que tantos hombres y mujeres amigos de Jesús podamos afrontar las
pruebas más dolorosas y difíciles?
¿Qué
hace que inclusive soportemos tantas ofensas y humillaciones?
No hay más que volver nuestros ser al acontecimiento
que se nos está relatando, cuando Pedro, Santiago y Juan son testigos de un acontecimiento singular pues Jesús
mismo se presenta con toda su gloria, brillante
como luz que es, totalmente
transfigurado, irradiando su calidez a todos los que se encuentran vecinos
a él, pero no está solo con sus discípulos, sino que a un lado se encuentra Moisés y por el otro el profeta Isaías, Jesús se encuentra en medio, porque tanto la Ley (representada por Moisés) así como los profetas (representados por Isaías) han hablado a lo largo del tiempo de él, de ÉL con mayúscula, es decir de Dios, al haber sido enviados por Dios
para preparar a su pueblo, para el
momento culminante en que las promesas realizadas por Dios de que estaría
con nosotros para salvarnos, y así toma nuestra condición humana menos en el
pecado, lo recibimos y no lo
distinguíamos tan claramente sino a
través del trato nos dábamos cuenta de la excelencia de persona que teníamos delante de nosotros, y así como
a través del tiempo el pueblo de Dios iba siendo instruido a través de La Ley y
los Profetas, así también nosotros hemos sido conducidos para llegar a
reconocer la gloria a la que todos somos
llamados en la santidad de vida, en la comunión plena con Dios mismo, en su
Hijo amado Jesucristo Señor nuestro.
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