Por Abel Gutiérrez
Seminarista de I de teología
La respuesta es afirmativa. Así nos lo hace saber Joseph Ratzinger (uno de los teólogos más brillantes de nuestros días, elegido papa tras el fallecimiento de su predecesor Juan Pablo II) en su libro “Orar”. El déficit de verdad no es una enfermedad física; sino una enfermedad de orden moral y ético que exige para su cura, una manera de vivir.
Para
entender mejor el significado de esta enfermedad de nuestro tiempo, tomemos en
cuenta la definición de verdad lógica y verdad ontológica. La primera dice que
verdad es “la adecuación de la mente con
la realidad”. La segunda dice que verdad “es lo que es”. Ahora bien un déficit de verdad es entonces, un
diluir la verdad hasta hacerla intrascendente. Es vivir la verdad a la medida del
parecer y la conveniencia de cada persona, restándole así, el valor
trascendente que es en si misma.
He
aquí un fragmento del libro Orar que
impresiona, porque deja al descubierto nuestro actuar:
“el éxito, el
resultado, le ha quitado la primacía en
todas partes (…), la renuncia a la verdad y la huida hacia la conformidad de
grupo no son un camino para la paz (…), el dolor de la verdad es el presupuesto
para la verdadera comunidad.”[1]
Encontrar
ejemplos para entender este fragmento es cuestión de análisis, de mirar con la mayor objetividad posible el
modo de vivir de nuestra sociedad.
Tan
cierto es que el éxito y el resultado, le
han quitado la primacía en todas partes a la verdad que hoy en día se vive
en una cultura de resultados. Donde el obrero, el empleado, el estudiante,
etc., que no entrega los mejores
resultados o las mejores estadísticas, es innecesario en cualquier lugar.
Fracasa. A su vez, el exitoso es aquel que entrega los mejores resultados y/o
las mejores estadísticas. Esto lleva a todos los sectores de nuestra sociedad a
una lucha por alcanzar el éxito, nadie quiere fracasar; por ello no importan: el
cómo, la ética, la moral, si se miente o si se pasa por encima de la dignidad
humana. Sólo importa el resultado.
Esta
lucha generada por la búsqueda de resultados, orilla a quienes no son
competentes, a renunciar a la verdad y huir
hacia la conformidad. Nadie quiere vivir en la verdad porque eso implica
ser honesto, ser tu mismo, que dejes atrás las mascaras del miedo, que dejes de
imitar y que propongas tus ideas, te exige el respeto a lo ajeno y el respeto a
los demás; interpela a la persona en su
totalidad porque le exige cambiar de rumbo si se está equivocado. Y, como vivir
en la verdad requiere decisión y esfuerzo para cambiar de dirección, se
prefiere la conformidad; donde muchos vicios (antivalores), tienen su casa. Ahí
no se exige nada, todo se deja al azar,
se atropellan los derechos más fundamentales del hombre y se instala una
cultura de muerte. Como decía Maquiavelo: el
fin justifica los medios.
Renunciar
a la verdad y optar por la comodidad, ha llevado a que las personas de nuestro
tiempo inventen personalidades para aparentar lo que no se es; ha permitido que
hombres y mujeres vivan de sueños de
pompa y poderío. Sueños que buscan hacer realidad con el mínimo esfuerzo. Son
personas que no quieren o no pueden vivir de acuerdo a las exigencias de la verdad.
Síntomas
de una sociedad que ha renunciado a vivir en la verdad y ha optado por la
comodidad son: el narcotráfico, los secuestros, los asaltos, la violencia, el
hambre, los pocos ricos y los muchos pobres que hay en una sociedad, las desigualdades,
etc. Todos justifican su actuar en la falta de oportunidades. La realidad es
que no buscan conseguir de manera honesta lo que quieren, nadie quiere ir paso
a paso, creciendo según el ritmo de su propia vida, alcanzando poco a poco sus
sueños.
No
se quiere estudiar para prepararse y alcanzar las metas trazadas, pocos quieren
trabajar en ello. Están sufriendo la enfermedad del déficit de verdad y “así la verdad de que la tristeza del mundo
conduce a la muerte, es cada vez más real”.
El dolor de la verdad como presupuesto
para la verdadera comunidad, es el precio que hay que cubrir si se quiere
tener una vida feliz y alegre. Solo en la experimentación del dolor que produce
esta manera de vivir, es como llegamos a madurar por dentro. Cuando se vive en
la verdad puedes mirar de frente al mundo, se es libre. Desaparece el miedo, el
temor, el terror y la frustración que trae consigo el vivir en la falsedad y en
la comodidad. Por eso en vez de buscar ser una persona de éxito, se debe buscar
ser una persona de valores.
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